PATRIMONIO NACIONAL. 1981.

El Marqués de Leguineche abandona su finca tras treinta años y se instala en su palacio de Madrid. Pretende así comenzar a relacionarse con una incipiente monarquía y recuperar su estatus social. Sin embargo el país está en plena Transición, los tiempos han cambiado y ya nada será como antes.

 

En la segunda entrega de la Trilogía, Patrimonio Nacional, Berlanga continúa pegando tortas como panes a una burguesía que comienza a dar síntomas de agotamiento.

Qué bien nos habría venido esa mirada crítica y certera a muchas de las gestiones previas a la venta del club, las etapas anteriores a la llegada del magnate singapurés, pues no hemos de olvidar que también fueron culpables de la deriva que desembocó en la imprudente transacción.

Como sucede en la película, muchos de esos gestores hicieron uso del club como status o posicionamiento social sin tener ni idea de cómo manejarlo. Juan Soler fue el ejemplo más claro aunque como a la hija de Franco, le saliera la perdigonada por la culata (La Escopeta Nacional).

Los protagonistas de Patrimonio Nacional, para conservar su estatus se ven obligados a trasladarse de la finca al palacio, utilizan todo lo que sea posible para no perder su posicionamiento social y sobrevivir.

“Mi exilio ha terminado” afirma con solemnidad el Marqués de Leguineche sin ningún tipo de escrúpulos, como suelen hacer algunos medios de comunicación cómplices de presidentes que llegan al club y  luego resultan ser un pufo. No tienen reparos en retirarles el apoyo  como si con ellos nada hubieran tenido que ver, y empezar de nuevo, adaptándose a las nuevas situaciones y salvadores. Todo por perpetuar el estatus en forma de voceros oficiales del club.

Meriton, como las clases sociales que se muestran en decadencia en la película, no ha tenido reparos en intentar adaptarse a los nuevos tiempos según su credibilidad se ha ido agotando.

No les importó quitar de su puesto a Lay Hoon cuando la amortizaron a base de engaños y mentiras, como aquella tarde de Convención de Peñas en que aseguraba que Paco Alcácer era el murciélago del Valencia mientras Lim estaba firmando su traspaso al Barcelona.

En Patrimonio Nacional los personajes evolucionan paralelamente a la restauración del Palacio, donde se desarrolla  la gran parte de la película. En estos últimos años vimos como restauraban Mestalla para dar una imagen de poderío y potencial. No dudaron en instalar modernos marcadores electrónicos o dar una mano de pintura a lo grande que el paso del tiempo ha desteñido para dejar a la intemperie las miserias de un proyecto basado en la mentira y que pese a todo continúa intentando perpetuarse.

En la película se desarrolla el plano secuencia más largo de la historia del cine español. Son siete minutos por una  serie de laberintos entre habitaciones y corredores, regateando muebles, persiguiendo actores, etc.

Si  Berlanga tuviera que rodar la situación actual del Valencia le valdría con una cámara fija en el Bar La Deportiva, el despacho oficial de la etapa Anil Murthy (que lleve tanta paz como descanso deja).

Las escenas de Patrimonio Nacional son largas, adornadas con muchos gags visuales y sonoros, el ritmo es trepidante sin lugar al aburrimiento.

En la escena final de la película, con el Palacio convertido en museo, vemos a un grupo de japoneses desfilando por sus instalaciones y haciéndose fotos con el Marqués y su hijo. Cualquier día, en el tour de Mestalla se habilitará una habitación en la que se den cita  los amigos de Ciberche, Ultimes Vesprades a Mestalla,  It Must Be Love, Libertad VCF, Rafa Lahuerta, Miquel Nadal, Paco Lloret, Merchina Peris, Javier Iranzo y otros sentidos valencianistas en peligro de extinción para recordar los tiempos gloriosos de su querido club mientras los guiris les hacen fotos.

La película fue recibida con bastante frialdad por el público y crítica, nada que ver con la primera de la saga.

 

Amunt Valencia!

Amunt Berlanga!!

Amunt Imperio Cheaustrohúngaro!!!

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