TODOS A LA CARCEL. 1993.
En la Cárcel Modelo de Valencia se celebra el Día Internacional del Preso de Conciencia, para lo que se inician una serie de preparativos. El evento se plantea como un día de solidaridad y fraternidad, pero todos los asistentes buscarán intereses diversos y egoístas. Entre las situaciones más disparatadas se planea la fuga de un mafioso italiano que vive a cuerpo de rey en la prisión. Todo ello bajo un motín de presos que hacen más caótica la situación.
Nueva comedia coral de un Berlanga en estado puro y atronador ejerciendo su maestría en un escenario fijo (fue uno de los condicionantes que impuso para el rodaje) de la ciudad de Valencia, la antigua cárcel modelo que actualmente es un macro complejo administrativo…
Las escenas, como ya caracterizaron a Moros y Cristianos, son una sucesión de tracas y terremotos, unos tras otros, como la actualidad valencianista desde hace muchos años, más propensa a aparecer en páginas de sucesos, tribunales o economía que en las específicamente deportivas.
Hasta intentos de secuestro (Juan Soler- Vicente Soriano) hemos llegado a tener, al más puro estilo mafioso del italiano Tornicelli que Torrebruno interpreta en la película ocupando una celda que bien podría ser una suitte de lujo desde la que disfruta del compadreo y atenciones de los funcionarios de prisiones, quienes reciben a cambio obsequios del capo.
Para algunos estudiosos de la obra de Berlanga podría haber sido el primer epílogo de su filmografía. La película fue galardonada con tres premios Goya: mejor película, dirección y sonido.
Pese al continuo torbellino de situaciones disparatadas, la película termina por autocontrolarse en cada momento. Nada que ver con el devenir valencianista que en vez de haberse ido apaciguando cada cierto tiempo o etapas, ha ido ganando gravedad hasta desembocar en la venta del club.
En el argumento de nuevo nos encontramos con un fin de aparente bondad, fraternidad y solidaridad, pero tras el que se desenvuelven una serie de personajes que ansían aprovecharse de la situación para sus lucros y beneficios particulares. Nadie se salva, ninguno es de fiar. Podríamos extrapolarlo, una vez más, a muchos de los últimos presidentes y gestores que ha tenido nuestro Valencia, con sus respectivos intereses partidistas en perjuicio del club. Prestigio social, réditos económicos, etc.
En la película se dan muchas situaciones escatológicas, como un cocinero orinando en el marmitako que está cocinando o las “cacofonías” a modo de voces de presos que se escuchan a través del inodoro.
Berlanga volvió a priorizar las risas a la ortodoxia, como él mismo calificaba con ironía, de creador exquisito. La risa como única meta pero no exenta de crítica y reflexión, esa que tantas veces nos falta a los valencianistas y que deberíamos valorar antes de poner alfombras rojas a salvadores externos.
Muchos analistas consideran esta película como una continuación de la llamada Trilogía Nacional. Ahora en lugar de repartir tortas a la aristocracia y la burguesía de la derecha, Berlanga lo hace a los movimientos progresistas que caracterizaban la primera etapa socialista. El maestro siempre incomodando desde su innegociable libertad, tocando libremente los cojones a unos y otros. No cae en la simplicidad de muchos debates valencianistas en los que si criticas a Meriton es porque eres de Llorente, o viceversa. O en el maniqueísmo de los que legitiman a Meriton con el recurrente “Haberlos puesto tú”.
En esa especie de Bioparc en el que se convierte la Cárcel Modelo de Valencia, conviven desde un comunista que lleva toda la vida preso y solo piensa, literalmente en follar y comer, interpretado por Manuel Alexandre, hasta un falangista acérrimo como el que interpreta Rafael Alonso.
Berlanga hace un guiño a la Escopeta Nacional cuando Antonio Resines comenta: “La cárcel es el mejor sitio para hacer negocios, antes con Franco eran las cacerías”. Podríamos actualizar esa lista haciendo mención a los palcos de los equipos comprados como medios para hacer networking.
La película es otro lienzo que el genio incorpora al mejor retrato satírico de la España que abarca desde la propia Guerra Civil (La Vaquilla) hasta los primeros años de la democracia, pero que es perfectamente válido para todas las etapas que han venido posteriormente.
A diferencia de la ternura que podíamos encontrar en La Vaquilla, ahora ya no desprende piedad ni comprensión, es mucho más duro con estos personajes que actúan con premeditación y alevosía. Al estilo Meriton y sus cómplices que ya no engañan a nadie. Solo los interesados están dispuestos a darles nuevas oportunidades.
En la película, Berlanga, como todos los genios capaz de reírse de sí mismo, incorporó una anécdota real que a él le había pasado unos años antes cuando en su etapa de director de la Filmoteca Nacional fue cesado de una manera subrealista por Pilar Miró.
La escena en cuestión se produce cuando un ministro llega a prisión y comenta a un subsecretario que ha firmado algo para él esa misma mañana. Como no recuerda exactamente qué, le pregunta a su asesor, quien le confirma que lo que ha firmado es su cese. Así es como una década antes el ministro Solana notificó a Berlanga su despido firmado por Pilar Miró.
En Valenciastán, las escenas de muchos despidos podrían haberse rodado en un plano secuencia desde el Bar La Deportiva hasta las oficinas del club, que durante la etapa de Anil Murthy venía a ser lo mismo.
En la escena final, en mitad de un baile, Artemio Bermejo (interpretado por el gran Saza en otro guiño a la Escopeta Nacional), siendo consciente de la frustración de sus logros, quizá los menos viciados de todos los que se exponen en la película, totalmente desquiciado se dirige a la cámara y se tira un tremendo pedo, una declaración de intenciones hacia un país gestionado por corruptos, como el fútbol de hoy en día, Mundial de Qatar incluido.
Amunt Valencia!
Amunt Berlanga!!
Amunt Imperio Cheaustrohúngaro!!!