LA ESCOPETA NACIONAL. 1978.

 

Un empresario catalán de porteros automáticos, Jaume Canivell, asiste a una cacería en Los Tejadillos, la finca del Marqués de Leguineche. Asisten también personajes fácticos del franquismo. El objetivo de Canivell es convencer al ministro para que le facilite a través de una ley la comercialización de su producto. Cuando parece que lo va a conseguir, el ministro es destituido y tiene que regresar a Barcelona sin haber logrado su objetivo.

 

La Trilogía Nacional, cuya primera película es La Escopeta Nacional a las que seguirán Patrimonio Nacional y Nacional III, es otro punto de inflexión en la carrera del maestro que alcanza su mayor cuota de éxito comercial y popularidad.

Como aquellas míticas alineaciones que los valencianistas recitamos de carrerilla: Epi, Amadeo, Asensi, Mundo y Gorostiza, o más recientemente Cañizares, Ayala, Albelda, Baraja, etc, la formada por Berlanga como director, Azcona como coguionista, Alfredo Matas como productor y Sol Carnicero como jefa de producción, cada uno en su papel, conducen al éxito. Nada que ver con la gestión de Meriton, capaz de dinamitar un proyecto que está dando resultado, por pura envidia e intromisión en facetas que nos son las suyas.

Los planos secuencia que tanto aparecen en la Trilogía potenciaban la credibilidad de las escenas, permitían a los actores encontrarse más seguros y artífices de sus personajes, se sentían en una atmósfera más próximos al teatro.

Como sucede en el mundo del fútbol, cuando más claras queden delimitadas las parcelas y exista una profesionalidad y método, más posibilidades hay de llegar al éxito. Cuando tienes al enemigo en casa, capaz de traspasar a jugadores clave poco antes de que comience la temporada o usar el banquillo del club como campo de experimentos, pocas posibilidades hay de alcanzarlo. Al final a los jugadores, que son los actores del equipo, la inseguridad les merma el rendimiento, los atenaza, siendo mucho más probable el fracaso.

 Las tres películas son una perfecta radiografía de España. Aunque se centran en el periodo que transcurre entre 1978 y 1982, muchos de los vicios que se denuncian son perfectamente extrapolables a cualquier época posterior, la nuestra por ejemplo, en la que el término “berlanguiano”, además de ser reconocido por la RAE, describe a la perfección la crónica social, política y económica que nos toca vivir y de la que como es obvio, nuestro querido Valencia no es ajeno: Cierre de Mestalla por Covid, posicionamientos políticos contradictorios en referencia a la ATE, descenso de ingresos económicos, etc.

 

La primera película de la trilogía, La Escopeta Nacional, surge cuando Berlanga conoce la noticia de que Fraga Iribarne, recién nombrado ministro de Información y Turismo, accidentalmente ha perdigoneado el trasero (término que emplearía Valdano) o culo (como diría Luis Aragonés) de la hija de Franco, Carmencita, en una cacería.

Si en La Escopeta Nacional se organiza una cacería para conseguir tráfico de influencias, contactos y negocios, Meriton compró el Valencia para lo mismo, como forma de hacer networking. La caza  o el fútbol es lo de menos, un mero medio para otros intereses que nada tienen que ver con la naturaleza o el deporte.

El propio proceso de venta fue una puesta en escena para favorecer la opción de Peter Lim en detrimento de cualquier otra. En lugar de la finca de los Tejadillos, se utilizó el mismo Campo de Mestalla de forma premeditada y partidista. Con alevosía y nunca mejor dicho porque los focos  encendidos de nuestro campo así lo atestiguaron, nocturnidad.

Además, como el tiempo ha demostrado, pusieron nuestro club en bandeja  a Meriton, con insuficientes garantías de por medio.

Ya quisiera Jaume Canivell, empresario catalán que asiste a la cacería, haber logrado su objetivo de manera tan sencilla.

En “La Escopeta Nacional” si había que cambiar leyes,  se cambiaban. En el proceso de venta,  si había que omitir, facilitar cláusulas o aligerar garantías para favorecer la transacción a Meriton, se accedía. Y sin riesgos de perdigonadas en el culo.

Después de ocho años de gestión en el club, siguen acostumbrados a que las normas y leyes se adapten a ellos y no tienen reparos en acudir a las instituciones políticas valencianas, Ayuntamiento o Generalitat, sin ni siquiera  llevar una carpeta bajo el brazo, para que les prorroguen la ATE del Nou Mestalla cuantas veces les venga en gana o presentando proyectos low cost. Están tan habituados a salirse con la suya (creen que quien paga manda) que cuando no han sido correspondidos en sus propuestas no han  dudado en utilizar los medios oficiales del club para expresar su rabietas partidistas que nada tienen que ver con los intereses del Valencia.

Si en La Escopeta Nacional, Jaume Canivell, interpretado por el colosal Saza, intenta comercializar sus  porteros  automáticos, Meriton va más allá en su pretensión de hacerlo no solo con porteros, sino también con defensas, medios, delanteros, entrenadores o lo que haga falta.

De nuevo  en la película cada personaje va a la suya, a vender su libro, en un entramado de relaciones sociales donde la incomunicación vuelve a ser latente pese a los diálogos permanentes que se solapan unos a otros. Muchos críticos manifiestan el parecido de La Escopeta Nacional con Plácido, tanto en estructura como en desarrollo. Transcurren además en un tiempo real, una se desarrolla en una tarde-noche previa al día de Navidad y la otra en un día de caza.

Para explicar Meriton en el Valencia también nos valdría el tiempo real que transcurrió aquel día de su llegada a Valencia y posterior recibimiento en Mestalla, allí ya estaba todo escrito. Las llaves de un club de casi cien años de historia en aquel momento, entregadas “al portador”.

La película fue un gran  éxito de taquilla, el primer triunfo pleno y absoluto del genio valencianista que desenmascara el poder y la sociedad a modo de caricatura sin incurrir en solemnidades ni adoctrinamientos. Si se nos permite el apunte, lo que en @MESTALLIDOS llevamos intentando hacer desde hace ocho años con la llegada de Meriton, el humor como medio y compromiso, reconociendo nuestras propias contradicciones, como también le gustaba hacer al maestro del que somos devotos.

 

 

Amunt Valencia!

Amunt Berlanga!!

Amunt Imperio Cheaustrohúngaro!!!

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