MOROS Y CRISTIANOS. 1987.

 

Los miembros de Planchadell y Calabuig, una empresa familiar tradicional de turroneros de Xixona, se trasladan a Madrid para promocionar sus productos en una feria de alimentación. Allí les convencen para contratar a un asesor de imagen que les publicitará sus turrones. Todos parecen contentos con la nueva estrategia de marketing y sus resultados, excepto el padre de familia que continúa pensando que el negocio ha perdido su esencia.

 

“Against modern turrones” podríamos calificar la actitud del padre frente a la postura del resto de familiares que ceden a las demandas de los nuevos tiempos.

El debate de siempre, si el nuevo fútbol hace perder la esencia del mismo.

La llegada de Meriton al Valencia ha sido quizá la confirmación, el golpe de realidad cruel y definitivo a partir del cual ya nada volverá a ser como antes.

Moros y Cristianos cuenta con el último guión conjunto de Berlanga y Azcona, trasladado a nuestro Valencia, el último partido juntos de Pasieguito y Puchades, de Claramunt y Paquito, de Albelda y Baraja. Parejas que no volverán a juntarse pero siempre permanecerán en el imaginario colectivo de muchas generaciones porque sus obras les trascienden y quedan.

La antepenúltima película del genio tiene un marcado carácter mediterráneo, valenciano y fallero, con continuas escenas y situaciones de humor y risas introducidas de manera muy anárquica dentro de una incorrección temática. Los personajes son ninots dentro de una falla, reflejo de una sociedad que avanza acelerada y grotescamente hacia una amoralidad y egolatría en la que vale cualquier atajo para conseguir el objetivo individual, casi siempre mercantilizado. Una vez más el maestro predijo lo que años más tarde conocimos política y socialmente como “La cultura del pelotazo” que traducido a nuestro Valencia  tuvo su comienzo en aquel “Equipasso” de Paco Roig. El principio del fin.

Berlanga, que siempre reconoció su verborrea, comentaba que no le gustaban los silencios en sus películas, lo que relacionaba a su carácter valenciano y fallero, a su afición por las mascletás. Muchos de los diálogos de Moros y Cristianos son eso, una interminable traca de palabras que se superponen unas a otras en explosión continua.

Hubo una época en la que las gradas de Mestalla también fueron así, literalmente, con sonidos de tracas y olor a pólvora que se prendían de forma anárquica en cualquier rincón del viejo campo. Ahora que se habla mucho de cánticos al comienzo del partido, quizá deberíamos recuperar nuestras señas de identidad autóctonas entre las que siempre ocupa un lugar top nuestra pirotecnia.

A Berlanga siempre le gustó desdramatizar muchos temas que la sociedad trataba como tabú o territorio sagrado. Ya lo hizo en su película anterior, La Vaquilla. Ahora, en Moros y Cristianos, rehúye el tono academicista y pulcro para dar rienda suelta a la espontaneidad individual dentro del caos colectivo de su coralidad, sello del maestro.

Pero hasta en eso hay que tener arte y sabiduría para saberlo plasmar en sus continuos planos secuencias. Nada que ver con las continuas y desastrosas improvisaciones de la gestión de Meriton en la que la coralidad, esa que va más allá de un simple equipo de fútbol, no tiene cabida.

El maestro siempre se mantuvo abierto al cine industrial y de entretenimiento, tenía claro que ser comercial no estaba reñido con tener calidad.

En eso Meriton también ha sido muy torpe. Podían haber hecho perfectamente compatible su concepto de club como empresa y la esencia de lo que el Valencia significa para sus seguidores. Con dar un mínimo cariño a la historia y tradiciones del club, hubiera sido suficiente. Pero nunca han querido, jamás han realizado un esfuerzo más allá de dos o tres tópicos muy simplistas y superficiales.

Es una lástima porque el potencial de nuestro club es enorme e incluso se le podría sacar una rentabilidad económica, aspecto que tanto les interesa. A modo de ejemplo, camisetas vintage, Mestalla como campo más antiguo de Primera División, obsequios de libros de historia del club al renovar el pase, etc.

En definitiva, era perfectamente compatible que aceptáramos que los tiempos han cambiado a una mayor e inevitable mercantilización y globalización, como el mundo en general, con un cierto cariño a la cultura y tradiciones del club, a nuestro ADN.

En Moros y Cristianos la frase fetiche del maestro, su supersticiosa alusión al “Imperio austrohúngaro,” se realizó precisamente a través de la megafonía de unos grandes y modernos almacenes en los que se anunciaba la venta de un delicioso libro sobre su obra, “Berlanga, el último austrohúngaro”.

Tiempos modernos y tradición formando parte de una misma comparsa, esa que Peter Lim y sus gestores nunca han querido escuchar.

Amunt Valencia!

Amunt Berlanga!!

Amunt #ImperioCheaustrohúngaro!!!

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