PACHANGA LITERARIA con Don Carlos Marzal.
La noche del pasado 3 de marzo, resacoso tras la mítica eliminatoria de Copa contra el Athletic, quedé con Carlos Marzal dentro del Nou Mestalla para realizar una pachanga bajo la luz de la luna de Valencia, a la manera en que Belmonte cruzaba el Guadalquivir, sujetando un candil que algunas veces se le apagaba, para torear en el cortijo de Tablada.
Para deshacernos del personal de seguridad, les lanzamos un audio de unos intelectuales culturetas, cuyos nombres preferimos mantener en el “economato”, en el que argumentaban que el fútbol no es cultura. A los diez segundos de escucha, los vigilantes quedaron profundamente dormidos.
Luego, sorteamos diversos obstáculos: muros, vallas, hierros, hasta alcanzar el terreno de juego. En ese momento nos dimos cuenta que ninguno había traído balón (Lubitsch hubiera dicho que no importaba porque tampoco había porterías) por lo que nos sentamos sobre el mismo terreno de juego a conversar sobre su último libro, “Nunca fuimos más felices” y así empezamos esta pachanga.
1- Si un campo de fútbol vacío se puede asemejar a un folio en blanco, ¿crees que este en el que nos encontramos (Nou Mestalla) será un libro que nunca se llegará a escribir? ¿Hacía falta tal deroche en la encuadernación si la letra y el argumento tienen el alma acumulada de más de cien años de historia?
Soy un fiel partidario de las buenas tradiciones (algo que es lo más alejado del tradicionalismo). Somos lo que hemos sido, y seremos lo que fuimos. Me gustan las cosas antiguas, con solera, con sabor, con historia. Tenemos el campo más antiguo de Primera y no sabemos cuidarlo, valorarlo, preservarlo. De manera que yo jamás habría emprendido la construcción de un Nuevo Mestalla. Lo habría acondicionado, modernizado, lo habría “editado” en tapa dura, con estampaciones de oro en el lomo, si hiciera falta; pero no habría pensado en cargármelo, y menos para acometer el churro de proyecto que hay en la Avenida de las Cortes.
2- “Pollos asados Casa Cesáreo. Pollos asados, Casa Cesáreo”. ¿Aquello era poesía y no lo sabíamos entonces?
Aquello era uno de los mantras de mi infancia. Lo escuchaba todos los domingos, en Mestalla, recitado por aquella megafonía del tardofranquismo. No era poesía, pero se ha quedado en mi memoria, como una oración misteriosa. He olvidado la mayor parte de los poemas de los grandes poetas que he leído, pero ese cántico publicitario vuelve a mí de vez en cuando, diciéndome no sé muy bien qué. Parece una advertencia para el superviviente en que me he convertido, como nos convertimos todos con la edad.Parece una consigna de unos tiempos más pobres, pero menos catetos que los actuales, de nuevos ricos sin sustancia.
3- En Nunca fuimos más felices has escrito entre otras cosas y a través del fútbol, un testamento sentimental y a tiempo real para tu hijo Carlos. ¿Un lugar en el que pueda reunirse contigo cuando ya no estés junto a él o más bien un lugar al que tú regresarás cuando él ya pase de tí, cosas de la edad, y se cambie a otra localidad de Mestalla lejana a la tuya en compañía de sus amigos?
Creo que he escrito un análisis sentimental de la realidad, desde mi propia conciencia, a partir de un hecho, también sentimental, como es el fútbol. La escritura me sirve durante su ejecución, después es leña, madera muerta, para hacer carbón, para calentar el salón de mi casa de Serra, en el campo. No me releo jamás. Me aburro mucho, después de escrito. No me aguanto. Ni aguanto leer más de diez líneas sobre mí. Me duermo, caigo redondo. Estoy física y metafísicamente incapacitado para esa tarea. Nunca he perdido ni un instante en releer algo mío, ni pienso hacerlo. De manera que ese libro no será un refugio para mí cuando mi hijo se marche a su vida definitivamente, que es lo que deben hacer todos los hijos. Ahora bien, imagino que a mis hijos les gustará que ese y otros libros de su padre existan, objetos del viejo, rarezas de su progeni, del progenitor, que escribía, entre otras muchas rarezas. Los hijos han de tener objetos de sus padres: un viejo coche, un abrecartas antiguo, una pluma, qué sé yo. Cosas. Las cosas son una maravilla, un asombro constante. Nos sobreviven, las muy hijas de la gran puta.
4- ¿Es cierto que cuando jugabas a fútbol fuiste expulsado por susurrar al oído de un delantero rival un soneto de Quevedo?. ¿Que el jugador quedó tendido en el suelo y te sancionaron con 15 partidos por tal atrocidad?
La literatura tiene sus límites y sus oportunidades. No conviene mezclar las churras futbolísticas con las merinas de la poesía. Al menos, no mientras se juega al fútbol. Cuando jugaba al fútbol, me preocupaba exclusivamente por lo que ocurría en el campo, y cuando escribo me interesa sólo lo que sucede dentro de la página, las combinaciones verbales, porque la escritura es un arte combinatorio, nada más, una suerte de calceta verbal, para que las palabras terminen por revelar nuestro pensamiento, y para que el pensamiento se deje revelar por las palabras.
En cualquier caso, no creo que casi ningún jugador de aquellos tiempos hubiera reconocido un soneto de Quevedo, en el improbable caso de que me hubiera arrancado a recitárselo al oído.
5- Mi amigo Jesús cuenta que en su periodo de noviazgo con la que ahora es su mujer, ambos acudían a Mestalla. Mientras él animaba al Valencia su novia repasaba el Código Civil. Tu mujer, atea en temas de fútbol, te ha prometido algo parecido cuando tu hijo se cambie de localidad o deje de ir al campo. ¿Es amor conyugal o más bien maternal para que puedas seguir siendo un niño cada quince días en tus visitas a Mestalla?
Mi mujer tiene una capacidad numantina de resistencia y sacrifico, y es capaz de gestas heroicas al alcance sólo de los mártires. Puede sentarse en las comidas familiares con ese tío chiflado que todos tenemos, y con el que nadie quiere coincidir en la mesa, y darle carrete hasta los postres, por ejemplo. Es un alma angelical. De manera que si mi hijo deja de querer ir a Mestalla, seguro que se sacará el pase conmigo, y no descarto que funde a su alrededor una peña de algún género, no necesariamente futbolística. Ella puede hacer cinco o seis cosas a la vez, mientras ve el partido, o mientras dice que lo ve.
6-En un capítulo haces una especie de oda a la hierba de los campos de fútbol. ¿No crees que deberías haber citado a Bob Marley como experto en ambas materias?
La hierba, en todas sus variedades, es un asunto muy serio, un tema que no han abordado los filósofos por desidia, pero que siempre me ha preocupado y sobre el que he querido escribir. La hierba es un absoluto de lo humano: sirve para el fútbol, para tumbarse a ver pasar las nubes (que es una actividad capital en la vida terrestre), para retozar en buena compañía. A menudo siento envidia de las vacas, que se la zampan como si fuese caviar iraní beluga. En otra vida he debido de ser una vaca tudanca satisfecha que pacía en los pastos santanderinos. Mi madre era de Santoña, y algo muy herbáceo y cántabro que tira de mí.
7-La política hace tiempo que se futbolizó pero en los peores aspectos del fútbol. ¿Crees que los ciudadanos merecemos un VAR que controle permanentemente a los políticos o tarde o temprano lo trucarían?
Me declaro firme opositor al VAR. Lo suprimiría, en vista del uso que se hace de él. No he visto una oportunidad de mejorar el fútbol tan desaprovechada como esta. En lugar de suprimir los errores de apreciación que se producen en el instante del juego, los multiplica por tres o por cuatro, con el consiguiente resultado demencial: en lugar de cabrearte una vez con las decisiones arbitrales, te indignas diez o doce veces más, según repitan la jugada por televisión.
Los intentos de limitar la intervención del azar a lo mejor constituyen un pecado de soberbia para con el destino.
Por lo que respecta a los políticos, el VAR ya existe: se llama hemeroteca. Y no hacen el más mínimo caso. Ser político se ha convertido en una modalidad cínica del teatro: tener la impunidad de decir una cosa y la contraria sin que pase nada, incumplir sistemáticamente las promesas de sus programas, sin que se les reclamen responsabilidades de ningún tipo.
8- ¿Qué tendido 7 es más resabiado, el de Mestalla o el de Las Ventas?
El público del fútbol es más desagradecido, creo. Al ser mucho más numeroso y universal, está formado por gente de todo tipo. En los toros no existe por lo común la figura del energúmeno absoluto, ese que utiliza el partido del domingo como una catarsis de todas sus frustraciones más o menos domésticas. De todas formas, la masa es peligrosa casi siempre, incontrolable: el caldo en el que se cuecen las bajas pasiones. Antes que al público, yo prefiero al espectador, igual que escojo al individuo antes que a la horda.
Mestalla es un campo complicado, creo. Para mi gusto, es demasiado complaciente con el simple esfuerzo (que muchas veces es un esfuerzo simple): le basta a menudo con el sudor del jugador -que resulta imprescindible, y que se da por supuesto-, y debería reclamar, en mi opinión, más futbol, más calidad. Mestalla tiene a menudo una idea campesina y bíblica del fútbol: ganarás el pan con el sudor de tu frente, tirarás del arado con tu cuello y así yo estaré contento. Por lo demás, Mestalla recompensa a sus héroes con una euforia salvaje que embriaga.
9- ¿Cuál es tu capítulo preferido del libro y por qué es el de la final de Copa de Sevilla en la que ganamos 2-1 al Barcelona?
No tengo capítulos preferidos, la verdad. Estoy en todo el libro, soy todo el libro: cada palabra, cada coma, cada punto y seguido, cada pausa. Los escritores, en los libros, somos la escritura. El “Madame Bovary soy yo” de Flaubert (esa famosa frase del autor, que nunca pronunció) quería decir, no que él era el personaje de Madame Bovary, sino que era el libro, la novela al completo de Madame Bovary. Así lo interpreto yo.
El capítulo que mencionas, no obstante, me es muy simpático, porque relata el viaje con mi hijo a la final de Copa que ganamos, y por razones obvias: por el resultado, y sobre todo por ser un viaje iniciático de padre e hijo, en busca de la piedra filosofal de la felicidad. Nunca fuimos más felices que cuando estuvimos en compañía de quienes amamos, y, si encima hay fútbol de por medio, miel de amor sobre las hojuelas del cariño.
10 -El libro es ensayo, diario, memorias, narración. ¿Con el paso de los años y la experiencia te consideras cada vez más un todocampista de la literatura?
Me gusta la literatura sin género, como lector y como escritor (aunque también la estricta literatura genérica). Soy omnívoro y omniagradecido. El escritor debe ser un encantador de serpientes, y da igual qué serpiente escoja para encantar: da lo mismo una cobra que una serpentina de papel durante un cumpleaños. El caso es sacar emoción de donde sea.
Tal vez se trata de incapacidad para hacer cosas distintas de las que hacemos, y eso sea todo. A nuestras manías, a nuestras inclinaciones, a nuestras insuficiencias, con el tiempo las llamamos estilo, voz propia. Es una suerte de caridad ejercida para con nosotros mismos.
11-Si te quedaras en una isla desierta y solo pudieras elegir un libro que llevarte, ¿cuál escogerías?. ¿Crees que llegaría un momento en el que sentirías ganas de arrancar algunas hojas de ese libro para hacer una pelota y poder matar el mono de jugar a fútbol?
Entiendo que la elección de un único libro constituye un drama. Me llevaría tal vez el Quijote, o la poesía completa de Quevedo, o el Libro del desasosiego, de Pessoa; o la Floresta de lírica española, de Blecua. Libros inacabables y variados. Pero sería una putada no tener acceso a una gran biblioteca.
Y sí, más tarde o más temprano le pegaría una patada a un coco, o a cualquier cosa a la quye se le pueda pegar una parada (que es casi cualquier cosa) y ahí empezaría la historia del fútbol, al menos del fútbol isleño para el naufrago aburrido de mí mismo.
PRORROGA (A la manera de Nunca fuimos más felices)
–Nuestro común amigo, Rafa Lahuerta, siempre ha dicho que le gustaría que Mestalla hiciera como canciones suyas autóctonas, adaptando la letra, algunas de Nino Bravo, uno de tus cantantes favoritos que en compañía de amigos sueles entonar en reuniones de sobremesa. ¿Qué canción elegirías desde un punto de vista literario y épico para nuestra grada?
Me gustaría América, o Libre. Pero no se trata de adaptar, sino de crear cánticos originales, propios. No puede ser que se anime con las mismas canciones, casi idénticas todas, en Mestalla que en Mendizorroza, en el Bernabéu que en La Rosaleda. Si yo fuera presidente, tendría en nómina – y muy bien pagados- a buenos poetas y músicos futboleros que escribiesen cánticos autóctonos. Pero esa es otra historia, otra fábula que no se cumplirá.
-Comentas en el libro que sin arte y literatura nada adquiere su estatus real porque para adquirirlo son imprescindibles la hipérbole, el cuento o la leyenda. Es uno de los males que históricamente han caracterizado a nuestro Valencia, no porque no lo hubiera (desde Max Aub hay referencias) sino por el poco valor que le hemos dado a nuestro relato.
¿Crees que esto está cambiando?.
Para que cambie tendría que haber al frente del Valencia un buen lector, o, mejor, aún, un escritor. Como sabemos, la cosa dista mucho de ser así. Yo pondría poetas al frente de muchas cosas. Si hay que hundirse, digamos, hagámoslo con cierta gloria verbal, con cierta elegancia lírica.
-¿Crees que el Imperio Cheaustrohúngaro sobrevivirá en estos tiempos de hortera corrección política o acabaremos extinguiéndonos como el regate y la improvisación en el mundo del fútbol?
No hay que hacer vaticinios ni jugar a futurólogo. Siempre que he hecho una predicción, la he cagado. Lo que sí puedo decir, porque es un hecho presente, es que la llamada corrección política es una pesadez, una condena, el refugio de los horteras , el arma de los histéricos, la enfermedad de los que carecen de humor. Es una gran manta vieja de autocensura y mojigatería que lo invade todo. Un trapo lleno de ácaros y ridiculez, propio de resentidos contra el mundo. Es una moda, pero hay modas que se convierten en tradición, por desgracia, como la costumbre de beber en vasos de tubo, o el horror de los cócteles en pie, crímenes de lesa estética, y, por consiguiente, de lesa humanidad.
Nuca fuimos más felices , colección andanzas, está editado por Tusquets.