CLASS OF 92 Valencia Club de Fugas 0
Para conversar de “Club a la fuga” con su autor, Vicent Molins, preparé el encuentro concienzudamente, como mandan los cánones del periodismo de investigación más riguroso.
En apenas 48 horas leí su libro y revisioné “El Lute, camina o revienta” en VHS desde mi Caravana aparcada frente al club de golf de Picassent, al otro lado de la alambrada.
Quedé con Vicent en el centro histórico de Valencia, no podía ser de otra manera.
El encuentro se produjo en un lugar mítico y con solera, emblema genuino y único que se resiste al paso del tiempo caracterizando nuestra hermosa ciudad, haciéndola diferente e inimitable.
Desde la misma Plaza de la Reina, por fin peatonalizada, iniciamos esta conversación. El sonido ambiente del Mac Donald donde nos encontrábamos, no me hizo perder el hilo de su siempre interesante oratoria que giró fundamentalmente alrededor de su recién publicado libro, Club a la fuga, y nuestro querido Valencia Club de Fútbol.
¿Quieres kétchup Vicent?
R: No, lo tomo solo con cafeína.
- ¿Qué tal la acogida del libro entre tus lectores? Me consta que ha despertado muchísimo interés por el tema tan actual del que trata. Sin embargo, está siendo un libro bastante difícil de conseguir en librerías. Sin ir más lejos yo tuve que ir a cuatro hasta que pude comprarlo. En todas sucedía lo mismo: “Sí, lo tienes en la sección de novedades”. Allí me acercaba sigilosamente pero nada, solo el hueco donde había estado. “Otra vez se ha dado a la fuga”, repetían los libreros, “Es el libro más revoltoso e inquieto de los últimos años”. Por fin en París-Valencia de Navellos, gracias a mi amigo Joan y a una trampa para cazar jabalíes que le tendimos entre los libros de historia y sociología, pude hacerme con mi ejemplar.
R: Se me ha ido de las manos. Básicamente esto se ha convertido en una batalla contra el libro que acaba de sacar Tomás Roncero: Eso no estaba en mi libro del Real Madrid (Almuzara). Comprar Club a la fuga es evitar que en las librerías suceda como en esos kioskos de Gandía donde solo hay camisetas y llaveros del Madrid. Una lucha por nuestra soberanía, en fin.
- Como sabes, desde hace un tiempo el balcón del Ayuntamiento está abierto a toda la ciudadanía. Hace unos meses fui a visitarlo y me encontré a un par de seguidores valencianistas que aún estaban celebrando los títulos de 2004. ¿Cómo crees que reaccionarán cuando por fin bajen y se encuentren con la situación actual del club?
R: A ellos dos no les ha ocurrido nada especial. El club al completo se quedó instalado en ese mismo balcón, ese mismo año, cuando salió a celebrar que -estadísticamente- era el mejor club del mundo. Qué peliculero el momento, eh: el momento más feliz, una enorme oportunidad histórica para hacer avanzar estructuralmente al Valencia, se convierte en una borrachera de la que sales sin saber interpretar el mundo. La industria del fútbol había cambiado radicalmente y el Valencia no supo (o no pudo) interpretar las nuevas coordenadas. De ser ingleses hubiese acabado en balconing, pero como somos valencianos, seguimos resistiendo como si aparentemente nada hubiera ocurrido y el club estuviera en el mismo sitio.
- Canta Serrat que nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio. ¿Dónde ves al Valencia dentro de diez, quince años?
R: Lo más probable es que continúe el proceso, un poco avatar, por el que tengamos que ponernos la coraza de un valencianismo hecho a un club desubicado, conformado con algunos ratos de esperanza y acostumbrado a cambiar de arriba a abajo cada verano. También resulta probable que el Valencia se convierta en una propiedad hereditaria, de padre a hijo, que en esta segunda fase de la financiarización del fútbol que acaba de comenzar Lim le coloque el club a otro holding situado en cualquier parte. Pero el Valencia se ha llevado siempre mal con las probabilidades. Que sigan yendo cada quince días 40.000 personas a Mestalla es el mejor fundamento para regenerarse.
Continuando con canciones del Nano, ¿el Valencia es esa Penélope que continúa esperando en el andén a que pase el próximo tren? Cuando en 2004 fuimos declarado el mejor equipo del mundo, ¿por qué no subimos al AVE de los grandes? ¿Cuál fue el error?
R: En ese 2004 se vendieron los billetes de un tren con dos clases de billetes: los clubes alfa -dotados financieramente o con un peso lo suficientemente grande para ser globales- y los clubes smart -de menor tamaño, pero habilidosos y con planificaciones inteligentes a largo plazo-. El Valencia se encontró con que no podía quedarse con ninguno de esos billetes. Sobre todo ocurrió porque fue usado como plataforma para intereses paralelos: el poder inmobiliario y el poder electoral intoxicaron el suelo del Valencia. Evidentemente las elites locales que lo gobernaban -dentro y fuera de las oficinas del club- resultaron negligentes. Como resultado, un club inmunodeficiente, presa apetitosa para bandas de buitres organizadas -Dalport- y finalmente fondos oportunistas como los que acudieron al conato de subasta de 2014.
- Las Copas de Ferias nacieron como simbiosis, como relaciones de ciudades y equipos de fútbol que se retroalimentaban. ¿Puede que de aquellas Ferias solo nos quede la montaña rusa en la que se ha convertido nuestro Valencia en estos últimos veinte años?
R: Lo normal es que un club dependiera en lo fundamental de su ciudad y de su entorno metropolitano. De ahí venía la energía que le hacía funcionar. En este siglo eso se ha acabado. ¿Qué supone? Que por primera vez algunos clubes ya no dependen de las ciudades. Para los ‘alfa’ es un ejercicio de normalidad: venden en cualquier parte y solo necesitan su entorno local como base y símbolo. El problema es si en esa feria de atracciones acabamos dejándonos engañar por los trileros: creer que el club puede evadirse de su ciudad. Murthy lo explicó muy bien: para qué nos preocupamos tanto de Valencia, si ya es nuestra… El problema para gran parte de sus clubes es que sin la fidelidad de sus ciudades no son nada, tan solo logos en el limbo, apelando a la memoria y sin capacidad para tener una hoja de ruta propia.
- Comentas en uno de los capítulos que la revolución digital no necesita del espacio físico para extraer su sustento. ¿Crees que llegará el día que los jugadores de fútbol teletrabajarán?
R: Adrián Illie ya lo inventó cuando, por miedo al efecto 2.000 y el fin del mundo, decidió quedarse jugando desde casa. El fútbol y sus clubes han basado su éxito, su conversión en una actividad de masas, en la capacidad para reunir a personas en un mismo espacio físico. Quebrado eso, sus competidores ahora son tantos (con consumo por plataformas distintas) que es difícil adivinar si seguirán teniendo la supremacía.
- En esta metamorfosis que ciudades y fútbol están viviendo, ¿siempre acaban ganando los capullos?
R: Ganan los que pueden ganar: es decir, los que tienen tanta fuerza que pueden marcas las cartas que se reparten. Son lógicos (aunque temibles) intentos como los de la Superliga: hemos acostumbrado a los clubes alpha a no tener límites; les hemos concedido la posibilidad de que ensanchen sus diferencias respecto al resto hasta lo inimaginable. Lo normal cuando ya has conseguido eso es que aspires a la siguiente pantalla: privatizar las competiciones y tener el control total.
- En un capítulo del libro das un dato demoledor del que sacas una conclusión a mi modo de ver irrefutable: “El 54,84% de aficionados el fútbol en la provincia de Valencia somos del Valencia cuando apenas hay en España provincias en las que un equipo que no sea Real Madrid o Barcelona ocupen los puestos mayoritarios. El Valencia es un club de entorno metropolitano, de provincia. Desvirtuar las identidades en busca de un fan universal en detrimento de los tuyos, te llevará a no ser relevante en ninguna parte”.
Mi pregunta es, ¿en qué falla la educación, colegios o padres, para que ese 54,84% no sea un 200%? ¿Crees que una hostia a tiempo puede ser la solución?
R: Me gusta que me hagas esa pregunta. Comprobar esos mismos datos en capitales como Málaga o Zaragoza (polos relevantes de España) dibuja bien el mapa que se ha ido fomentando en los últimos años: un modelo único donde la Liga apostaba todo su éxito al poder de Madrid y Barça. Por tanto, una España en contra de la simetría territorial y un empobrecimiento acelerado de la conexión entre entornos locales y clubes. Qué hostia, qué hostia.
- ¿Crees que a los clubes de fútbol les está pasando como a esos personajes del mundo de la farándula que se resisten a envejecer y en lugar de ser felices disfrutando esa etapa de la vida, se dedican a luchar contra su identidad, realizándose operaciones de estética desmesuradas en las que ya no queda ni la esencia de lo que realmente son y al final acaban siendo una caricatura de lo que nunca llegarán a ser?
R: A los clubes lo que les ha pasado es que les han cambiado las coordenadas por las que se guiaban desde hace un siglo. Ante ese desconcierto y esa dificultad para competir ante una nueva industria, algunos eligieron mal al cirujano (caso del Málaga), otros se quedaron amarrados en la nostalgia (el Zaragoza) y otros se atiborraron a soluciones milagrosas (el Valencia). Se nos han quedado clubes un poco duquesasdealba, sí.
- Vicent, ¿cómo podemos ser tan burros de no darnos cuenta del potencial universal que tiene nuestro Mestalla? Ni Nuevo ni Viejo, Mestalla solo hay uno, ese a cuyo alrededor ha crecido la ciudad. ¿No crees que hasta ese calificativo tan autóctono nuestro de “burro, burro, burro…” nos hace diferentes y sería perfectamente explotable?
R: Mestalla -quizá sin que nada lo pretendiera- se ha convertido en un gran antídoto contra los clubes a la fuga. Mestalla no es de cartón piedra, no es fake, cumple el objetivo primordial: acoger a una comunidad. Mestalla no es un monocultivo, es más, hay ya pocos lugares que reúnan una diversidad parecida. Y, aunque suele olvidarse, Mestalla no es solo un estadio: es la concreción hecha cemento entre urbe y club.
- ¿Crees que el verdadero problema de todo este tránsito que estamos sufriendo es de intensidad salvaje? ¿Qué los actuales gestores del club no han sabido ceder más que propinas insignificantes y que no era tan incompatible que la modernidad de la KissCam pusiera su foco ante un clásico como por ejemplo Gallolo y su mapa de calor en la grada de Mestalla?
R: Creo lo contrario. El problema de esta propiedad no pasa por mirar o no al pasado (evidentemente han puesto en práctica el adanismo absurdo del que llega a un sitio creyendo que antes de él, la nada). El problema ha tenido que ver con no preparar su futuro. No han sabido dar respuesta a ninguno de los grandes retos que tenía el club para salir del atolladero de 2004. Tampoco sé si han querido. Quizá una cumbre entre Lim y Gallolo hubiera cambiado mucho las cosas.
- En la inauguración del Kilómetro +100 metros del Valencia, digo +100 porque desviaron el tiro aproximadamente esa distancia hasta que nuestro amigo Miquel Nadal certificó el punto exacto, acudió Miguel Induráin. ¿Podemos ser más berlanguianos? Por cierto, Berlanga, Brines, Genovés…Cuántas oportunidades perdidas de reivindicar la individualidad de nuestro club y a la vez empujarlo a la universalidad….
R: Concuerdo poco con la excepcionalidad del Valencia. No creo que seamos una masa menos cuidadosa con sus símbolos o con menos memoria. Simplemente es producto de los condicionantes. El Valencia durante mucho tiempo no ha necesitado lírica porque estaba ocupado en algo práctico e inminente: ganar. Es cuando esa promesa de futuro se rompe, cuando comenzamos a refugiarnos en la memoria y nuestros simbolismos. Ha ocurrido justo cuando el kilómetro cero ha querido trasladarse al otro lado del planeta.
- Voy a hacer una pancarta con este lema: “Class of 92 Valencia 0”. ¿Qué te evoca?
R: Un hallazgo. Maravilloso. La ciudad comienza a transformarse a partir del 92, como respuesta frente al agravio de un país que brindaba nuevas glorias a Barcelona, Madrid y Sevilla, pero no a València. Al club, en paralelo, le ocurre más de lo mismo en plena conversión en SAD en 1992. Y como última parada, esta mitomanía del propietario con los iconos ajenos (Class of 92) más propia de un cuñado del fútbol, supone usar al club como un fetiche con el que cumplir fantasías que no le son propias. Con el 92 comenzó (y cambió) todo.
- En el libro hablas del episodio del amigo Héctor Esteban, que además fue columna suya, en el que Anil Murthy (por cierto, echo de menos emplear el término que patenté de Los Murthy Phyton) insistió a Héctor que le preguntara cómo sería el nuevo Mestalla para poder responderle con el gesto de agacharse, poner el culo en pompa y hacer el ademán de bajarse los pantalones…Crees que ahí, en esa parte de la anatomía de Anil estaba todo el resumen de la filosofía empresarial de Peter Lim: la opacidad y la oscuridad?
R: La anécdota encierra sobre todo la utilidad de Murthy: un señuelo con el que hacernos perder el tiempo, desviar la atención a base de escatología, para que no centráramos la atención en lo importante: el problema no es Murthy ni Layhoon, el problema es el modelo: el sentido que tiene el Valencia para su propiedad.
- Si Pamplona tiene una calle que se llama “Estafeta”, ¿merecería Valencia una llamada “La mayor transacción del fútbol mundial”?
R: Una lona al menos, como recordatorio. Una transacción tiene el significado de una compraventa, pero también tiene otro: acción y efecto de transigir. Esto es: consentir en parte con lo que no se cree justo, razonable o verdadero, a fin de acabar con una diferencia. Salvo tenía razón. El Valencia transigió con todo.
- En un club secuestrado como el nuestro, ¿solo nos queda la fuga como salvación?
R: Hubiera sido lo más normal: una hinchada a la fuga. Lo extraño, por prodigioso, es que el valencianismo ha hecho lo contrario: sigue aquí. Es la mejor esperanza para el club. Si algún día tenemos la fortuna de tener dirigentes que no intentan secuestrarse entre sí o que tienen interés en acudir al estadio a ver los partidos del club que poseen, entonces ya será la hostia.
“Club a la fuga” (Vicent Molins) está editado en Barlin Libros.