PLACIDO. 1961.

 

En la Nochebuena de una pequeña ciudad, un grupo de beatas celebran la campaña “Siente un pobre a su mesa” en la que las familias de mayor poder adquisitivo invitan a un pobre a cenar en su casa. A Plácido, un humilde padre de familia que lucha por pagar la letra de su motocarro que vence ese mismo día, le obligan a participar en los eventos cuando sus preocupaciones, básicamente sobrevivir y pasar la noche con su familia, son otras.

 

El guión de la sexta película del maestro sufrió más modificaciones que los proyectos del Nou Mestalla. Costó que interesara a los productores y acabó participando en los Oscar dentro de la categoría a la mejor película de habla no inglesa de 1961.

La caridad como postureo, uno de los temas que se tratan en Plácido, no nos es ajena al valencianismo desde la llegada de Meriton.

Anil Murthy, después de una de sus últimas reuniones con el Presidente de la Generalitat Valenciana, Ximo Puig, una vez tuvo claro que la institución ya no confiaban en ellos, no dudó en sacar un comunicado desde los medios oficiales del club en el que de nuevo quedaba patente su arrogancia y prepotencia. Entre otras mezquindades, hacía mención a las cincuenta mil mascarillas que habían donado para combatir la pandemia del Covid. La caridad mercantilizada, con la intención de sacar un rédito moral que restregar a la sociedad valenciana y a los mismos seguidores del club. Una burda manera de blanquear sus propias conciencias.

La incomunicación, otra de las características de la etapa Meriton, también está patente en la película. Todos hablan pero ninguno escucha. Tantos años aquí y siguen sin entender nada porque entre otras cosas nunca han querido saber. No han elegido bien a los interlocutores porque en ningún momento les hemos interesado. Han creído que con cuatro tópicos sería suficiente desde ese aire de superioridad de los que se creen conquistadores, “siente un nativo valencianista en su mesa”.

El toque genial de Berlanga, en esta película reforzado por ser la primera colaboración en el guión con Azcona,  es que pese a la miseria moral de la mayoría de personajes de Plácido, todos destilan un toque de humanidad que los salva o les concede el beneficio de la duda. Son parte de una sociedad que los aplasta y en ella se deben desenvolver, no les queda otro remedio, se trata de sobrevivir. Consiguen despertar un ápice de ternura a la que el toque de Azcona añade su dosis de ironía.

No todos los que en su día aplaudieron la llegada de Meriton lo hicieron de mala fe, ni mucho menos. Es humano que muchos creyeran las embaucadoras promesas. Merecen comprensión, el terreno de la ilusión es demasiado fértil y manipulable.

Los que nunca la merecerán son los que con premeditación y alevosía, siendo perfectamente conscientes de lo que se cocía, formaron parte activa e interesada del juego, casi siempre además sacando algún beneficio personal. Esos a los que a diferencia de Plácido y su familia sí les llegaron opulentas cestas de Navidad por el trabajo bien realizado y sus cómplices silencios futuros.

Amunt Valencia!

Amunt Berlanga!!

Amunt Imperio  Cheaustrohúngaro!!

AMUNT BERLANGA!

AMUNT VALENCIA!!

AMUNT IMPERIO CHEAUSTROHÚNGARO!!!

 

 

 

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